Perú y la magia del camino de Salkantay: así se viven los 70 kilómetros que desafían al cuerpo y la mente

Una caminata de cinco días y unos 70 kilómetros entre montañas sagradas, selva y ruinas, donde cuerpo y mente se exigen, pero la recompensa es inmensa.

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Camino de Salkantay, Perú. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano
Camino de Salkantay, Perú. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano

Que el título diga “Perú” y esté firmado por quien escribe podría hacer pensar en gastronomía, y no sería un error: el país es reconocido mundialmente por su cocina. Aunque disfruté cada plato durante mi visita, el propósito del viaje fue otro, uno difícil de explicar con palabras: el camino de Salkantay.

El reto no es menor. Son muchos kilómetros y muchos metros sobre el nivel del mar (msnm). En algunos puntos del recorrido se alcanzan los 4.600 metros, y eso tiene consecuencias: dolor de cabeza, náuseas, vómitos, diarrea, taquicardia, falta de aire, agotamiento extremo. El soroche (mal de altura) puede hacer de las suyas.

La receta para enfrentarlo es ancestral: mucha agua, té de coca, agua de florida, comidas livianas y, al menos durante los primeros días, evitar el alcohol y los excesos. Pero sobre todo, prepararse con una actitud mental positiva, porque este camino se recorre tanto con las piernas como con la cabeza.

Cusco, Perú. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano
Cusco, Perú. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano

Hablemos del trekking. No hace falta ser atleta profesional, pero sí contar con cierto entrenamiento. Es una travesía exigente, que implica caminar horas, atravesando distintos climas y paisajes: frío cortante, calor húmedo, lluvias inesperadas, subidas pronunciadas, ríos, barrancos y piedras sueltas, de las grandes y de las chicas, de las que pueden pisarse y de las que hacen resbalar. También hay nieve en las cimas más altas, selva, lagunas de un azul soñado. Y ahí está la recompensa: en el cansancio superado, en los límites que quedan atrás, en el privilegio de estar con los sentidos despiertos en rincones del mundo que parecen de película.

El viaje comienza. Arranca en Cusco, a 3.300 metros de altura, con las primeras señales del soroche. Aclimatarse es la primera misión, y la ciudad invita a hacerlo: con su ritmo lento, sus callecitas empedradas, sus mercados. La consigna es clara: caminar despacio, tomar mucha agua y té de coca, no subestimar a la montaña.

Cusco, Perú. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano
Cusco, Perú. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano

Tras un par de días de paseos en sitios históricos como Sacsaywaman, Pisac, Ollantaytambo y Chinchero, el trekking comienza de verdad. A primera hora partimos a Challacancha, desde donde caminamos hasta Soraypampa.

El recorrido es exigente, pero la llegada a los 3.900 metros es una conquista. La exigencia sigue, en la que es, al menos para mí, la subida más dura: llegamos a la Laguna Humantay, de un turquesa que parece irreal, con el glaciar de fondo. Esa noche descansamos en el primer campamento.

Laguna Humantay, Perú. Foto: Rosana Decima
Laguna Humantay, Perú. Foto: Rosana Decima

Camino al Abra Salkantay.

El segundo día del trekking es el más desafiante: una subida de 7 kilómetros hasta el Abra Salkantay, a 4.650 msnm. La altura, el frío y el terreno lleno de baches ponen a prueba cuerpo y cabeza. Algunos lo hacemos a caballo, los más arriesgados a pie. Cada paso cuesta el doble. Pero una vez arriba, con los nevados Salkantay y Humantay en el horizonte, todo tiene sentido.

Camino de Salkantay, Perú. Foto: Rosana Decima
Camino de Salkantay, Perú. Foto: Rosana Decima

Ahí, hacemos una pequeña ceremonia a la Pachamama y a los apus, las montañas sagradas. Inmensidad es todo lo que rodea. Así como subimos, debemos bajar, ahora sí todos caminando, y a partir de entonces el paisaje comienza a cambiar.

Pasamos del mundo blanco y rocoso a la selva, con calor húmedo, vegetación tupida. Más verde, más pájaros, más flores. Esa noche dormimos en Colpapampa, otro de los campamentos.

Camino de Salkantay. Foto: Rosana Decima
Camino de Salkantay. Foto: Rosana Decima

Los siguientes días van en descenso. Las mayores alturas pasaron y el soroche va quedando atrás. El tercer día caminamos entre plantaciones de granadilla, maíz y café. En una finca de Lucmabamba incluso preparamos nuestro propio café. Esa tarde fuimos a las termas de Santa Teresa a regalarle al cuerpo un descanso. Igual, no es una jornada tranquila: entre tramo y tramo llegamos a 15 kilómetros recorridos.

Plantación de café en Perú. Foto: Rosana Decima
Plantación de café en Perú. Foto: Rosana Decima

El último tirón.

Llega el cuarto día, y el último trayecto hasta Aguas Calientes incluye un trecho de tres horas bordeando la vía del tren. La llegada al pueblo es extraña: después de la montaña, el bullicio de los turistas choca un poco. Pero la emoción de saber que estamos más cerca de Machu Picchu no deja espacio para el cansancio.

Camino de Salkantay, Perú. Foto: Rosana Decima
Camino de Salkantay, Perú. Foto: Rosana Decima

Al otro día nos levantamos una vez más a las 4 de la mañana. Mientras algunos tomamos el ómnibus hacia una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno, los más osados comienzan la subida de los 1.800 escalones que llevan a la ciudadela. No importan los músculos doloridos, ni el sueño acumulado. Ver las ruinas de Machu Picchu asomar entre la niebla es un momento que queda grabado para siempre en la memoria.

Machu Picchu. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano
Machu Picchu. Foto: Yhojan Díaz Catapano/@fabricio_dizcatapano

Salkantay: un camino ancestral.

El camino de Salkantay fue usado por los pueblos originarios, no como vía principal del imperio (como el camino Inca), sino como ruta secundaria de comercio y peregrinación. Rodea al nevado Salkantay, considerado un apu (montaña sagrada). Hoy lo recorren viajeros de todo el mundo en busca de conexión, desafío, naturaleza o simplemente aventura.

Camino de Salkantay, Perú. Foto: @losviajesdemochi
Camino de Salkantay, Perú. Foto: @losviajesdemochi

Distintas agencias ofrecen esta travesía, y en mi caso la viví junto a Maximiliano Forte (@losviajesdemochi), un uruguayo que desde hace años recorre el mundo. Maxi viajó con el grupo desde Uruguay y se unió en Perú a KBAdventures, la agencia local que organizó el viaje. Uno de los guías durante el camino fue Willy, gran conocedor de la zona.

Para cerrar esta crónica, nada mejor que sus palabras aquella mañana, a 4.600 metros de altura en el nevado Salkantay, cuando un grupo de desconocidos se había convertido, en solo unos días, en familia: “A veces la vida no espera. Siempre repito: disfrutemos el día a día. No sabemos lo que sucederá mañana, y por eso no es necesario esperar mucho tiempo para mostrar nuestros sentimientos a la gente que queremos, no es necesario esperar mucho tiempo para hacer algo que queremos”.

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