Estos trastornos no solo afectan lo que se come y cuánto se come, sino también la forma en que el cuerpo absorbe los nutrientes. No tienen una causa única, ya que resultan de múltiples factores: biológicos, genéticos, psicológicos, familiares y socioculturales.
A pesar de la escasa visibilidad del tema, los datos son alarmantes: el 22,36% de los niños y adolescentes estadounidenses entre 6 y 18 años presentan algún tipo de trastorno alimentario, y en Brasil, la prevalencia puede alcanzar hasta el 10% entre los jóvenes. En el día a día del consultorio, los signos pueden ser sutiles y pasar desapercibidos.
El diagnóstico nutricional es responsabilidad del nutricionista, pero este puede sospechar de un trastorno y derivar al paciente para una evaluación clínica, que debe ser realizada por psiquiatras u otros especialistas. Al tratarse de una condición multifactorial, el tratamiento ideal debe ser multidisciplinar, involucrando distintas áreas de la salud.
El "comer trastornado"

Además de los trastornos alimentarios diagnosticables, se observa con creciente frecuencia lo que se denomina "comer trastornado", que abarca comportamientos alimentarios inadecuados y poco saludables que no encajan dentro de los criterios formales de un trastorno alimentario según la OMS o la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. Aun así, estos comportamientos representan riesgos para la salud física y mental y no deben ser ignorados.
El culto al cuerpo ideal, muchas veces disfrazado de vanidad, preocupación por la salud o estilo de vida saludable, es ampliamente reproducido y valorado en el entorno familiar y en las redes sociales. En un escenario saturado de imágenes de cuerpos "perfectos", procedimientos estéticos y estándares irreales —especialmente promovidos por influencers—, las mujeres son las más impactadas.

A pesar de un breve movimiento de valorización de los cuerpos reales y fuera del estándar, la mayoría de las influencers terminó adoptando métodos como inyecciones para adelgazar o cirugías bariátricas. Vivimos en una sociedad marcadamente gordofóbica, donde, a pesar de los discursos sobre aceptación corporal, prevalece la presión estética. Además, es importante reconocer que el exceso de grasa corporal sí está asociado a un mayor riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles, como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.
Saltar la cena para compensar un almuerzo excesivo, sentirse culpable por haber repetido el postre en casa de la suegra, pasar largos períodos en ayuno, experimentar constantes fluctuaciones de peso... son ejemplos comunes en mi práctica clínica. La presencia de un trastorno alimentario puede percibirse a través de una serie de comportamientos y sentimientos recurrentes.
Entre ellos destacan las dietas frecuentes y restrictivas realizadas sin orientación adecuada, muchas veces acompañadas de ayunos prolongados y justificadas como una búsqueda de salud o pérdida de peso. También son comunes los sentimientos de ansiedad y angustia relacionados con el consumo de ciertos alimentos o con la imposibilidad de seguir una rutina alimentaria previamente establecida. Se observa con frecuencia una rigidez excesiva en torno a las comidas y al ejercicio físico, además de sentimientos de culpa y vergüenza relacionados con el acto de comer. Las preocupaciones excesivas por el peso y la imagen corporal suelen impactar negativamente en la calidad de vida.
Otro signo importante es la sensación de pérdida de control ante la comida, con episodios de impulsividad o atracones. En muchos casos, surgen conductas compensatorias inadecuadas, como restricción alimentaria extrema, ayunos, purgas o ejercicio físico excesivo como una forma de "corregir" lo que se ha comido. Vale destacar que en estos cuadros también pueden estar presentes trastornos de la imagen corporal.
Priscilla Primi, O Globo - GDA