por László Erdélyi
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Para los fans del escritor japonés Haruki Murakami este libro es una revelación. Retratos de jazz expone la faceta melómana del autor desde una edad temprana, siendo casi liceal, y poseedor de una importante discoteca de vinilos que recolectó desde la década de 60. Es un libro raro en la carrera de un japonés extraño, abierto al mundo y consagrado por novelas como Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994), como también libros de relatos, o investigaciones periodísticas memorables como Underground sobre el ataque terrorista con gas sarín en el subte de Tokio en marzo de 1996, que luego abordó novelísticamente en la enorme 1Q84.
En Retratos de jazz elige 55 discos de su colección para escribir sobre la singularidad y el genio irrepetible de cada creador, acompañados por ilustraciones de Makoto Wada, también amante del jazz. Cada autor y disco merecen una carilla y media donde Murakami apela a sus habilidades narrativas para comunicar emociones, sensaciones y juicios musicales, o relatar dónde lo escuchó por vez primera, por qué lo conmovió y lo sigue conmoviendo.
Geografía. La contratapa del libro advierte al lector, en la primera línea, que Murakami regentó un club de jazz llamado Peter Cat. Una curiosa decisión la de quien escribió esa contratapa: en todo el libro no hay una sola mención a dicho club, y sí a todos los clubes de jazz que Murakami frecuentó o donde trabajó desde joven en Kobe o en Tokio. Así, el viaje de descubrimiento va montando una geografía de lugares sórdidos o elegantes, ventilados o sofocantes, sea en el céntrico Shinjuku o en Suidobashi, en Tokio, un festival de jazz en la prefectura de Nagano, o una tienda de discos en la avenida Motomachi de Kobe. Cada sitio trae un recuerdo, una atmósfera, olores y sabores, pero sobre todo algún tema o LP. Ello explica por qué en Japón desde la década del 60 vienen tocando y grabando muchas celebridades del jazz, entre ellas Hugo Fattoruso. Hay un público fiel.
Murakami descubrió el jazz en 1963 siendo liceal en Kobe, cuando se enteró que Art Blakey y los Jazz Messengers daban un concierto en la ciudad. “Por alguna extraña razón sentí curiosidad” y compró una entrada. Como un japonés criado en el barrio de Kitano, en Kobe, de tradicional influencia extranjera, su cabeza era diferente al resto. Eso le permitió crear una literatura amada por muchos en el mundo (y denostada de forma inexplicable por muchos de sus colegas latinoamericanos), como también abrirse a las melodías complejas y seductoras del jazz. Algo que un japonés promedio no entendería, por cerrado, nacionalista, y xenófobo.
Este japonés raro, entonces, salió de ese concierto de Art Blakey sin entender la música que había escuchado. Acababa de ver en escena a Freddie Hubbard, Wayne Shorter, Curtis Fuller y Cedar Walton junto a Blakey. Para alguien como él que se limitaba a escuchar rock era una música de una complejidad extraordinaria. “En aquel concierto sentí, sin embargo, algo especial, algo que me impresionó y me conmovió. ‘No entiendo bien qué es ésto, pero se trata de una forma artística llena de nuevas posibilidades’. Algo así sentí de manera instintiva. (...) me encontraba ante una experiencia llena de riqueza musical y promesas, además de una profunda espiritualidad (...). Creo que fue el tono lo que más me llamó la atención; aquel tono sugerente, provocativo, lleno de misterio, que surgía de aquellos músicos”. Salió y compró el disco Les Liaisons Dangereuses de Blakey y los Jazz Messengers.
Sensaciones. Murakami enriquece sus comentarios con digresiones inesperadas. “Si tuviera que calificar a un autor como el novelista por excelencia y a un músico como el músico de jazz por excelencia, éstos serían Scott Fitzgerald y Stan Getz”. De este intérprete de saxo tenor nacido en Filadelfia (1927-1991) comenta el álbum doble At Storyville Vol. I.
Con la cantante Billie Holiday (1915-1959) el abordaje es tan conmovedor como oscuro. Su voz (“no era arte, era magia”) lo estremece. “Es posible que se trate de una expiación. (...) Esa voz ajada que tiene en los años cincuenta parece adjudicarse todos los errores que he cometido hasta el presente, parece asumir todo el daño que yo pueda haber infligido a tantas personas a través de mis convicciones, de mi escritura”. Destaca la canción “When You’re Smiling (The Whole World Smiles With You)”, con un solo de saxofón de Lester Young.
Más oscuro se pone con el gran saxofonista Julian Cannonball Adderley (1928-1975), quien “hacía gala de una imaginación libre, una técnica voluptuosa y un bellísimo tono”. Sin embargo considera que su música excelsa siempre acaba siendo una representación de la muerte. “Lo que alivia nuestra caída a esas zonas oscuras es, en muchos casos, el denso veneno procedente del mal, porque el dulce entumecimiento que produce en nosotros ese veneno provoca fuertes distorsiones en nuestra percepción del paso del tiempo”.
De Charlie Mingus destaca su turbulenta sensibilidad y sutil humor. Del trombonista Jack Teagarden que toca para tí. Del pianista Bill Evans su capacidad para filtrar su fuerte ego a través del tamiz de su talento. De Thelonious Monk, el misterio. De Anita O’Day la ausencia de niebla, porque todo es claro, límpido, determinado: “su voz es jazz”.
Retratos de jazz también es un recorrido por el paso del swing al bebop, de las grandes orquestas para bailar, al jazz de inclinaciones artísticas, elitista e intelectual. Honra también a todos los instrumentos, incluso los menos frecuentados como la flauta traversa (Herbie Mann) o el vibráfono (Lionel Hampton). Faltan Keith Jarret o John Coltrane, pero están Sinatra, Herbie Hancock, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Miles Davis, Gene Krupa y más.
Es un libro para leer escuchando en Spotify o YouTube, y que se abre para todo amante de la música, no solo del jazz, con un estilo digno de un gran narrador.
RETRATOS DE JAZZ, de Haruki Murakami y Makoto Wada. Tusquets, 2025. Montevideo, 242 págs. Trad. de J. Francisco González Sánchez.
