¿Por qué tantas personas se apasionan por coleccionar automóviles clásicos o antiguos? La respuesta entreteje emociones, historia y adrenalina. Además, a través de los distintos clubes de coleccionistas, esta afición permite participar de encuentros, rallies y hacer amigos. También están quienes ven en esto una inversión: créase o no, hay autos que circulan por Uruguay que valen varios millones de dólares.
Para muchos, un vehículo clásico no es solo un montón de acero y tornillos; es una cápsula del tiempo que revive épocas pasadas. El rugido de un Ford Mustang de los años 60 evoca la rebeldía de una generación, mientras que el diseño sencillo de una Combi transporta a la libertad despreocupada de los 70. Estos íconos automovilísticos no solo encierran recuerdos personales, sino que también resuenan con escenas de películas legendarias y momentos culturales que marcaron a generaciones enteras.
Pero, además, para algunos el verdadero placer está en el taller, desarmando un motor de carburador, ajustando cada pieza con las manos, algo que los autos modernos, con sus computadoras y sistemas complejos, raramente permiten. La mecánica de antaño es un arte tangible, un desafío que recompensa la paciencia y el ingenio.
Ricardo Stewart es un amante de los autos clásicos de larga data. Y tiene varios en su colección. Uno de sus preferidos es un Lancia Aurelia convertible de 1950, un vehículo diseñado por Vittorio Jano y fabricado por la prestigiosa marca italiana en aquella década prodigiosa. Otro predilecto de su colección es un Lancia Fulvia de 1967.
“El Lancia Aurelia es especial”, dice Stewart a Domingo, señalando el convertible azul que reluce bajo la luz. “Se fabricaron solo 220 en su momento, y hoy se estima que quedan unos 50 o 60 en circulación. Soy parte del Registro Aurelia en Italia, y ellos llevan la cuenta. Este auto era la vanguardia en su época: motor V6 de dos litros, un diseño deportivo que marcó tendencia. Los modelos similares corrían la Mille Miglia (una carrera de resistencia en carreteras) entre los años 1950 y 1955, y eran ganadores”, dice. Su voz destila orgullo mientras recorre con la mirada las líneas elegantes del vehículo, una joya de historia de Lancia.
El segundo Lancia, el Fulvia, lo comparte con su hija. “Este fue el primer auto que compré, casi por casualidad. Era de una diplomática que lo trajo a Uruguay, el único de su tipo aquí en ese momento. Lo vi en un aviso en El Gallito Luis, todo desarmado, con el motor en pedazos. Puse todo el capital que tenía en su momento. Un amigo que sabía de Lancias me dijo: ‘Fijate que tenga los rios, porque eso es lo que no se consigue’”. La restauración fue una odisea de casi diez años. “Tuve un chapista muy bueno de Colón, un artesano. Pero fue un proceso lento: arreglábamos una parte, él se motivaba con otro proyecto, volvíamos... ¡Es un trabajo de artesanos, no cualquiera puede con esto!”, exclama.
Conseguir repuestos para estos vehículos es una aventura en sí misma. Stewart recuerda un viaje a Pittsburgh por trabajo, donde aprovechó para conocer a un proveedor de piezas. “Le había comprado pistones para otro Lancia, todo en su caja original. Me llevó a un galpón enorme, lleno de repuestos que su suegro había acumulado comprando stocks viejos por el mundo. El cuñado, que manejaba el negocio, era un personaje complicado. Entonces, quedamos en que yo le mandaba plata y, cuando él necesitaba efectivo, me conseguía faroles, llantas, lo que fuera. Así fui armando el rompecabezas”.

Comprar en el exterior
Durante muchos años Uruguay sufrió una sangría imparable de vehículos clásicos que iban a parar al exterior. En contrapartida, una ley que tiene algo más de 20 años abrió una ventana importate para la importación. Y permite hoy traer vehículos en muy buen estado.
Stewart rememora cómo, a comienzo de los 2000, el Montevideo Classic Car Club logró que se permitiera importar autos que en ese momento tenían más de 20 años, exonerando algunos impuestos. “Fue una excepción, porque en Uruguay estaba prohibido importar usados. Entraron algunos buenos, pero la Aduana empezó a tasar como quería, y eso desmotivó a muchos. Yo traje dos por esa ley, pero después me cansé”, dice. A pesar de las trabas, no se detuvo. Su colección, que hoy ronda los diez vehículos, incluye un Triumph TR4 y un MG, cada uno con una interesante historia.
“En mi casa, a mi viejo no le interesaban los autos para nada, pero a mí siempre me gustó armar y desarmar cosas. Empecé con una moto Honda, luego me acerqué a los rallies del Montevideo Classic, y me enamoré. El primer Fulvia lo perseguí cuatro años, era de una señora mayor, una diplomática. La llamaba cada año hasta que un día me dijo: ‘Te lo vendo’. Ahí arrancó todo”, recuerda.
Manejar autos como el Lancia Aurelia, y otros modelos con la dirección a la derecha, tiene su encanto y sus complicaciones. Stewart sonríe al recordar un Mercedes de la embajada sudafricana que usaba como su único auto de soltero. “En rutas de una sola vía, sin doble carril, era un lío. Terminé vendiéndolo porque me cansé”. Sin embargo, con el Aurelia, asegura que no es tan difícil adaptarse.
No todo es cantidad
Vicente Marmo no es un acopiador de autos clásicos ni un comprador compulsivo; solamente tiene dos. Y se enorgullece al presentar una verdadera joya que se roba todas las miradas cuando transita por las calles: un Lancia Fulvia 1300 Coupé Sport 1.3 S, un vehículo que no solo es un testimonio de la ingeniería italiana de los años 70, sino también una pieza cargada de historia y prestigio. “Este Lancia Fulvia es icónico”, relata Marmo a Domingo, mirando su elegante vehículo de color rojo que parece listo para rugir en una carrera.
“Fue el primer campeón mundial de rally de Lancia, con un historial deportivo impresionante. Ganó competencias importantes en su época, y es una obra maestra de la ingeniería italiana. Tiene un motor V4 inclinado, con dos carburadores Solex, frenos de disco en las cuatro ruedas, un diseño que refleja el ingenio de la industria italiana de los 70, con un avance tecnológico increíble para su tiempo”. Su entusiasmo es contagiante mientras describe cada detalle, desde la mecánica hasta la estética, que hacen de este vehículo un verdadero objeto de deseo para los amantes de los clásicos.
El camino para adquirir el Fulvia no fue sencillo, pero su propietario lo recuerda con satisfacción. “Lo traje amparado en la ley que permite importar autos de más de 50 años. Para mí, un auto italiano debe venir de Italia; ahí saben cómo calibrarlos, cómo carburarlos. Me é con un vendedor en Abruzos (región italiana situada al este de Roma), Franco Cavalieri, todo por Internet. Es increíble lo que la tecnología permite: vía WhatsApp me mandó fotos, videos, documentación. Pude verificar el número de motor, el chasis, todo. Cuando vi que el auto estaba en tan buen estado, no lo dudé. Valía la pena, es una belleza, y ahora está aquí en Uruguay”.
El Lancia Fulvia no solo llegó en excelentes condiciones, sino que también obtuvo un reconocimiento internacional que enorgullece a Vicente. “Le saqué el carnet FIVA, que acredita que el auto es un verdadero clásico”, explica. La Federación Internacional de Vehículos Antiguos (FIVA), con sede en París, certifica la autenticidad de los autos históricos, y el Fulvia de Marmo pasó la prueba con honores. “A través del Montevideo Classic Car Club, presentamos un formulario con toda la información: números de motor, chasis, grabados en la carrocería, incluso el historial de dueños anteriores, que vino completo con la documentación. FIVA lo aprobó, y ahora este auto está valorado como clásico en cualquier parte del mundo”, resume.

Además del Fulvia, tiene otro pequeño tesoro en su garaje: un Mini Morris, que guarda un valor sentimental especial. “El Mini fue mi puerta de entrada al mundo de los clásicos. Tuve varios; al principio, restauraba y vendía para financiar el hobby. Pero llegó un momento en que ya no era negocio, así que me quedé con el último. Es muy afectivo para mí, porque con él empezó todo”, dice. Ese primer Morris lo llevó a sumergirse en la comunidad de los clásicos, un mundo que, según Marmo, va mucho más allá de los vehículos: “Además de la belleza de estos autos y la experiencia de manejarlos, como si viajaras a los 60, 70 u 80, lo mejor es la gente que conocés en clubes como el Montevideo Classic Car Club. Hacés amigos, compartís historias y participás de reuniones que te llenan el alma”.
Coleccionismo en el ADN
En una reunión de autos clásicos realizada el sábado de la semana pasada en la Scuola Italiana di Montevideo, Andrés Buela fue protagonista en su rol de presidente del Montevideo Classic Car Club.
Como tercera generación de una familia apasionada por los vehículos históricos, Buela no solo custodia una colección personal impregnada de recuerdos, sino que lidera un club que ha transformado la escena del coleccionismo en Uruguay. Con un Ford Modelo A de 1931 como emblema de su historia familiar, comparte con Domingo cómo su pasión y su rol como presidente de la institución se entrelazan con una misión: preservar el legado y fomentar una comunidad unida por el amor a los clásicos.
“Todo empezó con mi abuelo en los años 80”, narra Buela, mientras evoca el Ford A, un auto que brilla con la pátina de la historia. “Cerca de su retiro, buscó un hobby y compró este auto para restaurarlo. Era 1931, y el modelo ya tenía 50 años en ese entonces. Lo encontró en el interior con mi padre, y restaurarlo fue un proyecto que marcó el comienzo de una tradición familiar”, dice. Ese Ford no es solo un vehículo; es un símbolo de momentos compartidos. “Es el auto con el que mi esposa llegó a nuestro casamiento, el que llevé a los casamientos de mi hermano, a cumpleaños de mi hermana. Tiene una dirección a la derecha y manejarlo es una experiencia única. Es el que más cariño le tengo”, destaca.
Como presidente del Montevideo Classic Car Club, que representa en el país a la Federación Internacional de Vehículos Antiguos (FIVA), Buela ha visto de cerca la evolución del coleccionismo. “Mi abuelo fue el primer presidente del Club Uruguayo de Automóviles Sport (CUAS), fundado en los 90, y mi padre fue su primer tesorero. También participaban en el Montevideo Classic, organizando eventos, algunos incluso en nuestra casa. Cuando mi abuelo falleció en 2014, heredé sus autos y, de alguna manera, su lugar en la Directiva. Fui tesorero, secretario general y ahora presidente. Es una responsabilidad que llevo con orgullo”, destaca.
El Montevideo Classic no solo organiza rallies y exposiciones, sino que también ha jugado un papel crucial en las leyes que regulan la importación de autos clásicos. Buela explica cómo el panorama ha cambiado en las últimas décadas: “Hace 40 o 50 años, Uruguay era un paraíso para los coleccionistas, porque no había trabas para importar autos, a diferencia de Argentina o Brasil. Pero luego muchos autos se fueron del país, comprados por coleccionistas europeos y americanos. En los 90, el club logró una ley que permitía importar autos de más de 30 años, aunque con impuestos altos. Fue un avance, pero seguía siendo caro”, dice. La gran transformación llegó con la ley que exime de impuestos a los autos de más de 50 años, siempre que no se comercialicen localmente. “Esto ha sido un impulso enorme. Ahora traes un auto, pagas solo el flete, y lo tienes a precios internacionales. Ha atraído a coleccionistas, especialmente argentinos y brasileños, que ven en Uruguay un lugar ideal para sus colecciones por la tranquilidad de las rutas y la facilidad de uso”, explica.
Esta ley ha permitido traer al país autos de un valor excepcional, algunos valuados en millones de dólares. “Ferraris, Bentleys, Alfa Romeos... Hay piezas de varios millones, aunque esos coleccionistas suelen ser discretos. No todos quieren mostrar sus autos, pero hay verdaderas joyas rodando por Uruguay”, asegura Buela.

Guardería para los “bebés”
Tener varios vehículos requiere, entre otras cosas, espacio para guardarlos. Pero el hobby de los autos clásicos demanda otras cosas, como reparaciones o conseguir repuestos que son difíciles de encontrar.
Tomando en cuenta estas cosas, Sergio Chertkoff y Osvaldo Pires fundaron la guardería “Leyenda”, que está ubicada en la zona del Aeropuerto de Carrasco. “Es un emprendimiento nuevo, aún sin lanzamiento oficial, que surgió porque mi socio y yo no teníamos dónde guardar nuestros autos”, cuenta Chertkoff a Domingo. Lo que comenzó como una solución personal derivó en la compra de un terreno y la creación de un espacio de alto nivel, diseñado para proteger y mantener vehículos únicos. “No guardamos colecciones enteras, porque con un solo cliente llenaríamos el espacio. Nos enfocamos en autos de extranjeros que vienen ocasionalmente y de locales que quieren sus vehículos seguros y listos para usar”, explica.
El proyecto, ofrece un servicio exclusivo: un storage donde cada vehículo recibe cuidados personalizados. “Es como un hogar para estas leyendas, donde se las respeta y se las mantiene vivas”, agrega con entusiasmo. A diferencia de muchos coleccionistas que guardan sus modelos como piezas de museo, Chertkoff y Pires se reconocen como s que manejan sus autos.
“No se trata de tener una colección para mostrar, sino de disfrutar los autos”, dice. Entre sus favoritos hay dos Alfa Romeo: un GT de 1969 y un GTV de 1983, que usa regularmente. “No los conduzco a diario, pero los saco a pasear. Me generan un placer que no encuentro en un auto moderno”, confiesa. Es que para Chertkoff, el encanto de los clásicos radica justamente en la experiencia de manejo. “Todo es mecánico, no hay tecnología que se interponga entre vos y el vehículo. Es una conexión pura, una sensación que no se compara con manejar un auto nuevo”, explica. Incluso prefiere volver a casa desde su oficina por la rambla en un auto de 1996 antes que en su moderno vehículo familiar. “Es un disfrute absoluto, no una rutina”, asegura.
Mantener un auto clásico no es tarea sencilla, pero para Chertkoff, es parte del encanto. “La búsqueda de una pieza, el mejorar un detalle, es todo un paquete que forma parte de la pasión”, dice. Aunque él y Pires recurren a mecánicos para tareas complejas, disfrutan “meter mano” en sus vehículos. “Vivo en un edificio donde no tengo espacio para trabajar en los autos. Por eso, Leyenda también será un lugar donde podamos hacer mantenimientos y pequeñas reparaciones nosotros mismos”, explica. Conseguir repuestos originales es otro desafío que abraza con entusiasmo. “Hoy hay repuestos aftermarket (que no son hechos por el fabricante original del vehículo), pero no siempre es fácil encontrarlos. Hablás con amigos, con conocidos, y buscas esa pieza que falta, un cartelito, un loguito, una llavecita de luz. Todo eso es parte de la aventura”, comenta.
Tener un vehículo clásico impecablemente restaurado o en su estado original es una declaración de estilo, un guiño a la individualidad en una era de producción masiva. Para los coleccionistas, cada auto es más que un objeto: es una historia, un sueño, un pedazo de su propia identidad. Así, entre el brillo del cromo y el ronroneo de un motor bien afinado, la pasión por los clásicos acelera los corazones de muchos uruguayos.

Coleccionable para grandes y chicos
Quien quiera tener un auto clásico en su casa sin que ello afecte su presupuesto, puede adquirir a través de El País los modelos a escala 1:60 que integran la serie “Autos de Colección”. Se trata de réplicas oficiales que van desde los clásicos inolvidables a los más destacados de la actualidad. Desde el Volkswagen Escarabajo y la clásica Combi al nuevo Mini Cooper, son 30 réplicas metálicas con todos sus detalles.
Los autos salen con el diario los días lunes junto a un fascículo con fotografías e infografías de cada modelo para ilustrar su historia y diseño. Cuestan $ 299 y los modelos atrasados (comenzaron a salir el 12 de mayo) pueden conseguirse en El País o con los canillitas.

Dos museos que vale la pena conocer
Hay distintas colecciones de automóviles antiguos en el país, que representan un atractivo tanto para los amantes de los “fierros” y la historia como para quienes no lo son.
Una de las más destacadas es el museo “Eduardo Iglesias” del Automóvil Club del Uruguay (ACU), primero en su especie en el país. Fue fundado en 1983 y se encuentra en la sede del ACU, en Colonia esquina Yi, piso 6º. El museo es de entrada gratuita y exhibe modelos a motor desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, con más de 40 vehículos que representan 11 décadas de transporte en Uruguay.
La colección incluye piezas icónicas como el Ford T de 1926, la primera camioneta de auxiliar del ACU, que marcó el inicio de la flota de asistencia de la institución en 1927, y un Ford A de 1930 preparado para carreras, que refleja la pasión por el automovilismo deportivo. Otros vehículos destacados son un Chevrolet de 1924, un Ford Convertible de 1954 y el singular Rago de 1967, uno de los 12 vehículos fabricados en Montevideo por los hermanos Rago, un testimonio de la producción automotriz local. Además, cuenta con un De Dion Bouton de 1904 y un Hupmobile de 1910, ambos utilizados en una filmación de 2017 que recreaba escenas de Montevideo en 1917, demostrando su excelente estado de conservación.
Dos tercios de los vehículos expuestos pertenecen a coleccionistas privados, mientras que el resto es propiedad del ACU. Junto a los automóviles, se exhiben fotografías, documentos y otros objetos que narran la evolución del automovilismo en Uruguay.
Por otro lado, el 28 de setiembre del año pasado se inauguró otro museo con autos clásicos en una chacra de la Ruta 104, kilómetro 4.300, frente a la Fundación Atchugarry.
“La colección tiene vehículos que van desde un Hupmobile de 1908 hasta una Ferrari Testarossa de 1980. Es un verdadero paseo a través de la historia y la evolución del automóvil, que incluye objetos estrechamente vinculados a los mismos”, comentó a Domingo, antes de la inauguración, Lorenzo Daniel D’Angelo, presidente del club Sport & Classic Car de Punta del Este, responsable de la muestra.
Esta colección estuvo antes exhibida en la antigua estación Ancap de Gorlero y Las Focas, donde abrió sus puertas en 2016 con más de 70 unidades de todas las épocas, incluyendo algunas pertenecientes al Automóvil Club del Uruguay, que siempre apoyó la iniciativa. El nuevo museo sobre la Ruta 104 adiciona la colección de carruajes que perteneció al empresario y reconocido filatelista Juan Kobylanski, la cual se encuentra en un galpón al fondo del predio, a unos 500 metros del cuerpo principal de la chacra.
“Viajamos tres años seguidos junto a otros tres socios a ver museos de autos de colección en Europa para poder armar este en Punta del Este”, comentó D’Angelo.
