Balotaje II

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Otra semana ha pasado y el balotaje del 24 de noviembre comienza lentamente a esfumarse en el tiempo. Entre tanto los perdidosos, sin lograr acordar, discuten ardorosamente sobre las causas de su votación.

Como dijimos en nota anterior, la derrota puede explicarse por el voto al Frente en el interior de la República por parte de la mayoría de aquellos que en las elecciones de octubre se abstuvieron de votar a los contendientes principales, sin por su parte, lograr representación propia. La baja pérdida de sufragios de la conjunción republicana -apenas un 1.6%- abona esta explicación, que pone en cuestión la versión de la transferencia de votos de uno a otra coalición, que se reduce a no más de un 1%. Un resultado consistente con la popularidad del presidente saliente y que podría señalar el fin de la paradoja del respaldo al candidato frentista por sobre el voto partidario en la instancia del balotaje. Además de indicar que si se logra sortear el poco sentido de realidad de los dirigentes republicanos, insertos en polémicas menores, augura buenas posibilidades para fortificar una coalición opositora provista de mecanismos internos de resolución que la hagan eficaz y creíble.

No obstante sigue siendo válido preguntarse si proseguir y profundizar esta unión tiene sentido para sus protagonistas. Algunos de sus integrantes adelantaron que no quieren ver debilitarse a sus partidos tradicionales, a la larga -sostienen-, inevitablemente afectados por esta clase de conjunciones. Un sentimiento basado en su apego a caudillos y tradiciones del pasado, que continúan basando su adhesión partidaria en viejas pulsiones emotivas. Algo que los frentistas, han sabido superar.

Lo sucedido en el Uruguay con el triunfo de un centro izquierda diluido con supervivencias radicales, compitiendo con un centro liberal, constituye un fenómeno que todavía ocurre en América Latina, con el triunfo de Lula en Brasil, de Petro en Colonia o de Sheibaum en Méjico, pero que no pasa en otros continentes, fundamentalmente en Europa, donde la izquierda, herida por sus fracasos reiterados, está en plena retirada, en un clima de descompresión ideológica que facilita el auge de las derechas populistas. O como pasa en Rusia, ha suscitado la aparición de líderes autocráticos, o en China, a dictaduras partidarias de tinte totalitario, tiñendo el siglo XXI de un futuro poco prometedor. Fallecida la utopía política, aún restan la religiosa y la tecnológica.

Aquí a 37º de latitud sur, chiquitos pero orgullosos, aún mantenemos la democracia, un sistema de vida pública que necesita mimos y cuidados constantes. Si no la alimentamos día a día, ella empalidece, pierde representación popular y se transforma en mera forma aún cuando se la siga mentando. Para eso necesitamos Partidos Políticos fuertes, libres de apetitos sectoriales y con líderes carentes de personalismos. En ese contexto, con una central sindical con fijaciones clasistas y una ultra derecha antisistema que ha hecho eclosión últimamente, pero desde siempre presente, necesitamos actores políticos fuertes, dispuestos a defender nuestro modelo de vida frente a culquier intemperancia. Para ello nada mejor que un bipartidismo con cimientos ideológicos propios pero en comunidad en su defensa de la democracia.

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