Candie y la batalla cultural

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Sí, muchos se preguntarán antes de leer esta columna quién es Stephen Candie. Y brevemente les contaré quién es y de dónde viene para entender el sentido del recurso.

Hace un par de años una película de Quentin Tarantino llamada “Django desencadenado” ganó dos premios Óscar y dejó uno de los diálogos que, al menos a mí me pasó, dejan algunas reflexiones que trascienden su trama.

Este film, que trata sobre la esclavitud y la persecución de los negros en el sur de Estados Unidos, en una de sus escenas desarrolla un diálogo entre Stephen Candie (un mayordomo negro interpretado por Samuel L. Jackson) y su amo Calvin Candie.

Es en esa escena donde Stephen se enoja muchísimo cuando ve llegar a un hombre negro montado en un caballo y dice: -Mire, amo, ese negro tiene un caballo. Al escucharlo, el amo responde: -¿Y qué te importa? ¿Tú quieres un caballo, Stephen? El negro responde: -¿Para qué quiero yo un caballo? Yo lo que quiero es que él no tenga uno.

Bueno, este diálogo sirve como un exagerado recurso (y no tanto) para reflejar uno de los aspectos fundamentales de la batalla de las ideas que hay que dar. Porque del plano de las ideas termina calando en las almas y allí se puede anidar. La de elegir el crecimiento propio antes que el fracaso del otro, la de consolidar la identidad propia antes que desvirtuar la de otros, la de procurar la felicidad individual como medio para la felicidad colectiva y no como antagonismo a la felicidad de otros.

Porque pareciera que en los tiempos que vivimos a algunas personas les genera frustración el desarrollo de otros y prefieren la anulación del tercero antes que la superación de sí mismo. Casi como un limitación racional que emana de la pobreza espiritual.

Antes que dar la lucha política en la cancha electoral hay que dar la lucha en las ideas y en los principios. Llamémosle, a falta de otro término, batalla cultural.

Porque es eso, las ideas y principios que toman como visión las colectividades políticas deben importar, tienen que significar. Los partidos no son (o no deben ser) cooperativas electorales sino que deben representar y deben representarnos.

No quiero un país con recelo al progreso. Me resisto a una sociedad que mire de reojo al que le va bien porque desconfía que andará “en malos pasos”, como si la única forma de progreso posible fuera esa y no el sacrificio, la creatividad, el empuje, el talento o la virtud.

Dar la batalla contra el que prefiere que otro no lo tenga antes de sacrificarse y probar su suerte para tenerlo, como en la escena del caballo. Luchemos contra el síndrome de Stephen Candie, que anula mentes y seca corazones. La batalla es contra la esclavitud mental y contra la esclavitud de espíritu. Esa que toma de rehenes al desarrollo y la fraternidad.

El desafío en el debate político moderno es en torno a esa vocación ideológica de igualar hacia abajo, como quería Stephen en la escena. Porque el gen de la batalla cultural está en la concepción que pretende decidir sobre los derechos de otros y que la condición propia sea aplicable a otros, ya sea por mandatos culturales, ideológicos o imposiciones de lo políticamente correcto.

Insisto en que los partidos deben tener visión, contenido filosófico, impronta social, determinación política. Sin todo esto es muy difícil tener un rumbo que los lleve al triunfo electoral.

No es juntarse porque sí y convencerme que me gusta este candidato porque no me gusta aquel. Las definiciones por antítesis o descarte no son buenas, menos en política.

En los primeros cien días el gobierno del Frente Amplio ha recorrido un sinfín de peripecias, pegándose un tiro en el pie cada pocos días. Sí, efectivamente son muy malos. No sorprende, lo alertamos a los cuatro vientos pero fracasamos con total éxito en el intento de convencer.

Tal vez porque no basta con que los otros sean malos y no tengan rumbo, porque debemos mirar introspectivamente para ver cómo estamos nosotros en esas materias si de verdad queremos ganar elecciones y (más importante aún) conectar con la gente. Es decir, el rumbo no puede ser la obviedad de criticar a un gobierno que se desgasta solo.

Nuestra posición no puede ser estar de la vereda de enfrente de los que hoy gobiernan. Debe haber un rumbo, que lo da la visión. Debe haber un contenido que emane de principios comunes, como plataforma para las cuestiones orgánicas posteriores. Esforzarse en conformar una coalición como marca es en vano si no sabemos con claridad y en consensos el producto que llevará esa marca. No es el envoltorio, es el contenido.

Miremos para adentro antes de salir a vender afuera. Hoy por hoy tanto el Partido Colorado como el Partido Nacional tienen miradas distintas en sus internas. Seamos realistas, no alcanza con voluntarismo edulcorado para generar una opción electoral exitosa.

No podemos construir el techo si no hemos consolidado bien los cimientos, que son esas cosas que no se ven y no son estéticas, pero son la base de todo.

Con un candidato malo y un partido débil no se gana, con un candidato bueno y un partido débil no se gana, con un candidato malo y un partido fuerte hay más chances.

Pero en definitiva la fórmula más sencilla y obvia es que las elecciones se ganan con buenos candidatos y partidos fuertes. Hagamos nuestra parte en lo que respecta a la construcción de una fuerza política con rumbo y con visión, porque como decía Séneca, uno de los mayores maestros del estoicismo, para un barco sin rumbo cualquier viento es el correcto.

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