Los votantes montevideanos siguen dando una señal que ni los medios, ni los analistas, ni los políticos atienden. A 15 años de creados los cargos de alcalde y concejal, estos no son vistos como útiles o necesarios y por lo tanto más de la mitad de los habilitados para votar saben a quién elegir como intendente y como ediles, pero vota en blanco a la hora de optar por la segunda papeleta.
Se trata de una decisión ciudadana muy practicada pero que, sin embargo, quienes leen la prensa diaria o siguen los noticieros no encuentran información sobre ella y por lo tanto no tienen una cabal idea de cuál fue el porcentaje total de votos en blanco.
Los medios no le dieron importancia, los políticos no repararon en ese fenómeno y a los analistas de temas de actualidad, seguramente les pareció un asunto menor.
En la mayoría de los municipios, más de la mitad de sus votantes lo hizo en blanco. En uno de ellos llegó al 60% y en el resto estuvo entre el 53% y el 56%. Solo dos tuvieron una votación en blanco menor al 50%. En el Municipio E fue de 44% y en el CH fue de 34%, lo cual igual es un número alto. Da la casualidad que en esos dos municipios ganó la Coalición Republicana y en uno, el de menor cantidad de votos en blanco, fue reelegida la joven alcaldesa Matilde Antía.
Esta es la cuarta vez consecutiva que los montevideanos votan por alcaldes y hasta ahora no se ha logrado reducir el voto en blanco para esa opción. Esa institución sigue sin convencer.
Un número importante de listas se distribuyeron previamente en ferias y espacios públicos o se deslizaron por debajo de la puerta de muchos hogares. En todos esos casos ya venía “ensobrada” la correspondiente a concejales lo que quiere decir que quienes llevaron esa lista a sus lugares de votación, anticipadamente optaron por excluir la papeleta de los concejales. Tenían claro cual era su voto para intenden- te pero en forma deliberada, suprimieron la otra hoja. Se trata de una decisión a sabiendas, de alguien que comprende su significado, y por lo tanto el mensaje adquiere una clara contundencia. Sorprende entonces que el fenómeno no haya sido valorado por los dirigentes políticos.
No es que el tema fue mal explicado ni se resuelve buscando una estrategia comunicacional más eficaz. Es más sencillo que eso. La gente entiende perfectamente de qué se trata; simplemente ocurre que lo de las alcaldías no le sirve.
La Intendencia de Montevideo se fue transformando en una maraña de jerarquías y oficinas de diversos niveles. Hay un intendente (con todo su equipo), hay una Junta Departamental donde actúan los ediles, hay un alcalde por cada municipio, cada uno con sus respectivos concejales. A ello se suman los Centros Comunales Zonales (CCZ) que se parecen a las alcaldías pero son otra cosa y ni siquiera coinciden territorialmente.
Se trata de un exceso, y más cuando muchos reclamos hechos al CCZ son derivados a las oficinas centrales de la Intendencia, que es donde de verdad funciona el gobierno de Montevideo.
La mayoría desconoce quién es su actual alcalde, o quién será el nuevo. Nunca lo han visto ni escuchado. Esto va más allá del partido votado para intendente.
Ante esta opción en particular, los montevideanos dejaron de lado su identidad partidaria y se negaron a acompañar algo que ven mal. Los candidatos son meros nombres y los municipios meras letras. Hay quienes ni siquiera recuerdan a qué municipio pertenecen y además no entienden por qué abarcan barrios tan diferentes y distantes entre sí.
A eso se suma algo que ya mencioné en una anterior columna. Muchos votantes no cambian la serie de su credencial, la que se les dio cuando terminaban el secundario, aunque luego se hayan mudado a otras zonas de Montevideo.
Les gusta recorrer toda la ciudad cada cinco años para llegar al viejo barrio y encontrarse en la cola con sus compañeros de liceo y sus amigos de la cuadra. No importa dónde voten, el candidato a intendente es el mismo, pero no es así con el que se postula para alcalde. Con lo cual votarlo desde otro circuito pierde todo sentido.
Los asuntos realmente relevantes a resolver en la ciudad, trascienden a lo que está al alcance de un alcalde: recoger la basura, la red sanitaria, el transporte público, la iluminación. Puede ser que incida en mejorar plazas y calles barriales pero no las avenidas que atraviesan más de una zona. En definitiva, lo que sí maneja es aquello a lo que la Intendencia da luz verde y transfie-re los recursos ya que es ella quien recauda.
Las elecciones departamentales pasaron, las próximas serán dentro de cinco años y por lo tanto hay tiempo para analizar desapasionadamente pero con inteligencia, qué está pasando y cómo resolverlo.
Es hora de reconocer que en Montevideo (no hablo por el resto del país) esto no funciona; hay algo no genuino en la idea de contar con alcaldes que son perfectos desconocidos para la gente y cuyas funciones son difusas.
Sería deseable que en 2030 no se caiga por quinta vez en esta trampa sin sentido.