No me parece que los resultados de las departamentales vayan a ser malos para los partidos de la Coalición Republicana (CR): seguramente el Frente Amplio (FA) no acceda a más de cuatro intendencias en todo el país; la CR vote mejor en la capital que en 2020, con la reafirmación del liderazgo de Lema; y en particular los blancos muy probablemente procesen en las urnas renovaciones de liderazgos generacionales en varios departamentos, lo que asienta un despliegue territorial muy potente para seguir siendo el partido protagonista de la CR.
Todo esto que hoy resulta muy probable naturalmente incitará a los partidos de la CR a no hacer grandes olas críticas con relación a lo ocurrido electoralmente en 2024. Al final de cuentas, ¿para qué una alharaca, si la negociación con el oficialismo para ocupar los lugares de minoría fluyó bastante bien; si el reparto dentro de la CR no tuvo grandes inconvenientes; y si conservar al menos 15 de los 19 departamentos en juego resulta una buena base para arrancar en 2028 la próxima campaña proselitista? Un poco de paz, con este contexto y con la certeza de que hoy la eventual candidatura de Lacalle Pou será carta de triunfo, debiera de ser el justo premio a tantas fatigas propias del ciclo electoral.
Empero, antes que la oposición se entregue a la siesta analítica, alentada su esperanza de triunfo en 2029 además por un entorno internacional complejo y que hará muy difícil presentar un buen balance a la istración Orsi, importa recordar algo estructural que condiciona radicalmente cualquier perspectiva de futura alternancia en el poder: desde octubre de 2004 y salvo en octubre de 2019, la conjunción de votos que han recibido blancos y colorados siempre ha sido menor a la del FA. O lo que es parecido: las únicas dos veces que el FA perdió la presidencia desde 1999 (primer año con balotaje), blancos y colorados recibieron más votos (322.000 en 1999 y 47.000 en 2019) que el FA en la primera vuelta.
Este dato tiene dos consecuencias proselitistas. Primero, es necesario que blancos y colorados estén ambos vigorosos para poder ganar; es decir, los líderes, solos, no pueden con todo. Segundo, fortalecer esos partidos precisa que cada uno de ellos cuente con pujantes sectores distintos. O lo que es parecido: si la CR actúa de consuno, que lo haga expresando variedad de sensibilidades e identidades, ya que es con esa amplitud que, como en 2019, podrá horadar apoyos débiles al FA.
Así las cosas, la conclusión es evidente: a pesar del razonable éxito de las departamentales que los partidos de la CR festejarán la semana próxima, las actuales bases partidarias de la coalición no alcanzan para ganar. Como en el truco, así sea que la CR disponga del dos de la muestra, si no cuenta con alguna otra carta, no ganará. Esto quiere decir que hay que construir y ampliar bases, sectores, liderazgos y matices.
Todo eso lleva tiempo y, sobre todo, precisa de espacios para fortalecerse. Quizá deban crecer dentro de los partidos tradicionales, ya que la historia de los últimos 30 años señala que sus buenas votaciones son necesarias; o quizá deban abrirse paso en otros partidos de la CR. En cualquier caso, descansarse en lo que hoy hay será sinónimo de asegurar la hegemonía del FA. No omitamos esto tan obvio.