Una ciudadana, desde el dolor y la impotencia | Montevideo
@|Soy ciudadana uruguaya y alemana. Hace pocos días decidí regresar a Uruguay, mi país de origen, para reencontrarme con mi familia, para caminar por sus calles, abrazar recuerdos y disfrutar unos días en mi tierra. Lo que encontré fue algo muy diferente: una sociedad secuestrada por la inseguridad, donde el miedo es parte de la rutina diaria y la violencia se ha vuelto moneda corriente.
Antes de viajar, me advirtieron: “no andes sola”, “evitá la noche”, “no lleves cartera a la vista”, “escondé tus pertenencias”, “movete por zonas transitadas”. Hice todo eso.
Caminaba un día de semana, a plena luz del día, en el barrio Malvín, rodeada de gente, vehículos, negocios y tránsito. A las 14:30 horas fui atacada brutalmente por delincuentes que, con solo un empujón y una serie de tirones violentos, me robaron el bolso que llevaba cruzado. Caí al suelo, golpeada, arrastrada e indefensa, sin poder siquiera gritar.
Se llevaron pertenencias materiales, sí. Pero eso es lo de menos. Lo que más duele es la violencia con la que actuaron, la invasión a mi integridad, la sensación de ser un simple objeto en manos de alguien que no tuvo el menor reparo en lastimarme. Y lo que más horroriza es que, pese a estar rodeada de personas, nadie pudo (o quiso) intervenir. Fue cuestión de segundos. No hubo reacción. Pero luego que se fueron hubo ayuda inmediata; las personas que se acercaron a socorrerme fueron muy empáticos. Pero luego, como suele pasar, la denuncia quedó solo en eso: un trámite que no ofrece seguimiento, ni respuestas, ni justicia.
Me duele decirlo, pero no volveré más. Como ciudadana alemana, me niego a repetir esta experiencia. Me entristece haber tenido que vivir esta pesadilla en el país que amo. Porque no es solo un caso aislado: es parte de una tendencia que parece imparable. Las familias viven encerradas entre rejas, cámaras, cercas eléctricas, guardias privados. Mientras tanto, los delincuentes caminan a sus anchas, impunes, violentos, sin temor alguno.
Me duele más aún por los uruguayos honestos, los que trabajan, estudian, luchan cada día por salir adelante. Ellos, más que nadie, merecen vivir en paz, sin el peso constante de mirar por sobre el hombro, de temer que alguien entre a sus casas o les arrebate la vida por un celular o una cartera.
Éste no es un grito de venganza, es un pedido desesperado de justicia. A las autoridades, a los jueces, a la policía, a quienes pueden hacer algo: ¡hagan su trabajo! No dejen que el miedo siga dictando las reglas. No abandonen a quienes han sido víctimas. Uruguay no puede seguir permitiendo que los ciudadanos vivan presos, mientras los delincuentes gobiernan las calles.
Hoy, me llevo conmigo un trauma que quedará marcado. Pero no quiero que mi historia sea una más en el olvido. Por eso la comparto. Para que se escuche. Para que se sepa. Para que, tal vez, un día, esto cambie.