El Ciudadano| Montevideo
@|Con la llegada de Orsi a la presidencia, respaldado por una alianza cada vez más dominada por el Partido Comunista y los sectores tupamaros del MPP, el país enfrenta un presupuesto nacional que no es otra cosa que una declaración de principios: más Estado, más control, más presión fiscal. No es un plan económico, es una revancha ideológica.
La estrategia es vieja, pero eficaz: presentar el gasto como un acto de bondad. En nombre de los niños, los abuelos, los excluidos o el planeta, se proponen aumentos de recursos que apelan directamente al corazón. El truco emocional es tan potente como inmoral: ¿quién se atrevería a negar fondos a la salud, a la educación, a los más vulnerables? Y así, con una sonrisa y una lágrima cuidadosamente colocada, se construye el andamiaje de un déficit creciente, de impuestos insostenibles y de promesas que, como siempre, jamás se cumplen.
Porque no se trata de ayudar, se trata de controlar. Porque en este Uruguay que comienza a ser gobernado desde el rencor, nunca se propone reducir gastos innecesarios, eliminar privilegios políticos, achicar el Estado o simplemente priorizar con cabeza fría y corazón caliente. La eficiencia está prohibida, la austeridad es de “derecha” y el sentido común, una amenaza.
Mientras tanto, la casta política aumenta su poder, sus cargos, sus viáticos, sus asesores y sus entes fantasmas, que sirven más para pagar favores que para servir al pueblo. Nada se cuestiona si es gasto público. Todo lo que sea ahorro, recorte o reforma es atacado como “neoliberalismo”.
Pero la realidad es terca. Y un Estado que gasta sin control, termina fundiendo a quienes lo sostienen. El productor, el comerciante, el emprendedor, el asalariado formal: todos ellos serán los que paguen el costo de esta fiesta con nombre de justicia y rostro de mentira.
Este presupuesto no está pensado para el país real, el que trabaja, arriesga y madruga. Está diseñado para un país ficticio, construido desde los escritorios del progresismo, donde todo es promesa, todo es sensibilidad y todo se paga... con el dinero de otros.
Por eso, alzar la voz no es una rebeldía: es una defensa legítima frente al saqueo institucionalizado. Y es también una advertencia: si no despertamos, éste será apenas el primero de muchos presupuestos que harán del Uruguay un país más pobre, más dependiente y menos libre.