Willian Izzi | Canelones
@|A la edad de 33 años me diagnosticaron cáncer de Cabún. El mismo se encuentra alojado en la base de cráneo y cuello. Un lugar de difícil para operar. Un diagnóstico que uno en un millón lo padece; así que me tocó ser ese uno en el millón.
Lo recibí con un abrazo, es decir ya sabía a lo que me enfrentaba. Mi alegría, fe y esperanza no me abandonaron. El sufrimiento nos acerca más a Dios y a nuestra Madre María.
Durante tres meses viajé desde San Bautista, departamento de Canelones, al INCA en Montevideo; eran 120 kilómetros ida y vuelta de lunes a viernes, porque sábados y domingos descansaba.
Mi Doctor Eduardo Lasalvia (quien siempre me decía “el equipo gana”), me daba optimismo, a quien le agradezco; y su fe en mi y amistad. Como la Dra. Graciela Cristóbal, la Dra. María Luisa Terradas y tantos otros que me brindaron contención y ayuda en esos momentos.
Recibí un tratamiento muy agresivo de quimioterapia y radioterapia. No podía comer y muchas veces no podía tomar líquido. Mi fe era inquebrantable y lo sigue siendo. Afronté una separación, tenía problemas para ver a mis hijos, pero había una fuerza en mi interior que me hacía seguir adelante.
Aprendí a ver otras cosas y disfrutar de ellas; hay tanta belleza que pasa desapercibida y está frente a nosotros...
Son regalos de la madre tierra que están ahí. Por ejemplo, en esa época, me sentaba en una plaza y escuchaba la melodía de los pájaros, y era un recuerdo de lo maravillosa que es la vida y que podemos disfrutar de ella sana y plenamente. De cosas tan sencillas, las cuales están delante de nuestros ojos. Muchas veces el aroma de una flor despertaba mis sentidos, ver caer una hoja en un zig zag, como bailando con el viento era sublime. Aprendí que la vida es mucho más que un bien material. La flora, fauna, la caricia del sol o el viento golpeando contra tu cara es un regalo que muchas veces no lo disfrutamos; y es gratis...
Yo logré verlos a tiempo, disfrutar cada momento porque no sabía si era el último.
Siempre de pie, con optimismo y alegría a pesar de mi situación seguía con fe, con el favor de Dios y el amor de mi familia. Miraba películas que me hicieran reír, leía libros de humor y escuchaba música que me hiciera sentir bien.
Cuando uno llega a una situación así y logra reírse de la misma ya está “superada interna y espiritualmente”; se logra una paz emocional sea cuál sea el desenlace. Logré ser resiliente a dicha situación.
Todo esto me dejó una lección y legado para transmitir: “reír de lo malo es atraer lo bueno, el amor y la fe ayuda a curar”.