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Rearmando el sentido

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Rodrigo Rial, Oriental, Blanco y Herrerista
@|En su reciente carta, “Desmontando el mito”, Santiago Carrera presenta el fenómeno Milei como una reacción inevitable, casi redentora, frente al agotamiento del sistema político tradicional. Pero lo hace bajo una fórmula conocida: toda crítica es miedo, toda objeción es sospechosa, toda moderación es complicidad. Es un razonamiento cómodo, pero pobre. Porque no todo grito es política. Ni toda bronca es propuesta.

No quiero confundirlos. Mi defensa no es al inmovilismo ni al estatismo paternal. Es al liberalismo, pero al liberalismo real: el que tiene cabeza y pies en la tierra. El que no nació de un grito ni de revolucionarios de TikTok, sino de una convicción profunda y nacional. Ese que no busca ídolos, sino ideas. Que tiene historia, doctrina y responsabilidad. Y que en Uruguay se forjó hace más de un siglo, no como reacción, sino como construcción: con reformas, con principios y con la defensa tenaz de las instituciones.

Un liberalismo que latió en el pulso firme de Herrera, que orientó sin gritar. Que habitó la ética republicana de Wilson, en afán de sostener la democracia incluso en el exilio. Que se la jugó en la decisión reformista de Lacalle Herrera, que eligió el deber antes que el aplauso. Y que se expresa en la templanza de Lacalle Pou, que eligió transformar con paso propio y dirección clara, demostrando que se puede mejorar sin hacer tanto ruido.

Ellos -Plataforma por la Libertad- se presentan como la voz de “los que producen”, “los que no tienen voz”, “el pueblo hastiado”. Pero no han enfrentado el veredicto ciudadano ni han demostrado representar más que un reflejo emocional. Hablan como mayoría sin haber sido refrendados. Y lo más curioso: se adueñaron del liberalismo como si fuera un estilo, no una doctrina; como si todo lo que no sea mileísmo fuera tibieza o socialismo.

Pero no es tibieza pensar, ni construir, ni gobernar.

Al leer “Desmontando el mito”, sorprende la facilidad con que se descarta toda una historia de construcción democrática para ensalzar una figura ajena. Se compara a Milei con Saravia, desconociendo todo contexto, como si la historia fuera un catálogo de rebeldes intercambiables. Pero Saravia luchaba por ingresar a un sistema que lo excluía. Milei llega por las instituciones para luego dinamitarlas desde adentro. Una cosa es reformar la casa. Otra, entrar con un bidón de nafta.

Se nos dice que hay que “copiar lo que funciona”. Pero ¿funciona qué? ¿El modelo o el personaje? ¿La política o la performance? Uruguay no necesita remedios ajenos para enfermedades distintas. No se trata de Milei, ni siquiera de Plataforma. Se trata de algo más profundo: la tentación de convertir la ansiedad colectiva en doctrina, y al personaje en atajo. Como si el liderazgo fuera exportable. Como si la historia se repitiera porque se imita.

Pero gobernar no es declamar: es discernir. Decir que todo lo anterior está agotado no es un diagnóstico: es una excusa. El sistema político uruguayo ha sido imperfecto, sí. Pero también ha dado estabilidad, libertad y desarrollo. Lo nuevo no es mejor por ser nuevo. Lo legítimo no nace del grito, sino del voto. Y lo que se construyó con sacrificio no se entrega al primer aplauso.

Ya tuvimos quienes quisieron dinamitarlo todo en nombre del pueblo. No necesitamos nuevos salvadores con otras banderas pero los mismos fuegos.

Sí, el país necesita cambios. Hay rigideces que deben superarse y zonas donde el Estado asfixia o abandona. Pero no toda disrupción es mejora. Y no todo lo que rompe, renueva. Hay reformas que construyen futuro, y otras que solo arrasan el presente.

Porque cuando se pierde el sentido, lo siguiente que se pierde es el país.

Uruguay no necesita más mesías importados.

Necesita ideas.

Porque la patria no se grita. Se construye.

Y el verdadero mito no se desmonta: es creer que todo empieza cuando uno llega.

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