"La escritura le da sentido a mi existencia": Isabel Allende con El País, sobre su nueva novela y el éxito

Este martes llega a librerías uruguayas "Mi nombre es Emilia del Valle", la nueva novela de la best-seller chilena. El País la entrevistó vía mail y la escritora analizó varios puntos clave de su obra.

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Isabel Allende.
Isabel Allende.
Foto: Lori Barra.

Este martes se publica Mi nombre es Emilia del Valle, la nueva novela de Isabel Allende, que marca el esperado regreso de la best-seller chilena a la narrativa histórica tras su debut en la literatura infantil. Ambientada en el siglo XIX, la historia sigue a Emilia, una joven estadounidense que comienza escribiendo novelas de aventuras bajo seudónimo masculino y luego inicia una carrera como periodista.

En plena guerra civil chilena, es enviada como corresponsal, cubre el conflicto y enfrenta situaciones extremas. En ese viaje, entre el horror bélico, Emilia se transforma, va en busca de su padre —a quien no conoció— y redefine su identidad.

Sobre eso, esta entrevista por mail con Allende.

—Mi nombre es Emilia del Valle retoma la saga Del Valle, presente en novelas como La casa de los espíritus, Hija de la fortuna y Retrato en sepia. ¿Cómo surgió la idea de volver a esa familia para narrar la historia de Emilia?

—No es la primera vez que se me cuelan personajes de la familia Del Valle en una novela, esa gente es intrusa y tenaz. Aparecieron en Hija de la fortuna, Retrato en sepia, Violeta y seguramente en otros libros que no recuerdo. Los Del Valle están inspirados en los parientes de mi abuela, que eran todos bastante originales y algunos totalmente lunáticos, es decir, perfectos personajes de ficción. La gente normal y con sentido común no sirve para nada en una novela.

—La novela me generó una sensación parecida a la de otros libros suyos, como El viento conoce mi nombre: la impresión de que la historia, de algún modo, siempre se repite. En este caso, eso se percibe en la guerra civil chilena de 1891 y en algunas reflexiones sobre la política en Estados Unidos. ¿Qué la inspira de ese tema?

—He vivido lo suficiente para ver que los ciclos se repiten, todo cambia, todo pasa, pero la humanidad sigue actuando impulsada por los mismos sentimientos. Las pasiones en las tragedias de Shakespeare son las mismas que mueven la política, la guerra, la cultura y la gente en la actualidad. La guerra civil en Chile en 1891, donde Emilia casi muere, tiene ecos con lo que ocurrió en Chile durante el golpe militar de 1973. En ambos casos la derecha se opuso al gobierno, hubo confrontación violenta, tortura, desterrados y el presidente destituido prefirió la muerte antes que el exilio.

—¿Qué significó para usted adentrarse en esa “guerra fratricida” que, como escribe en la novela, le costó a Chile “miles y miles de muertos”? ¿Qué reflexiones o preguntas le dejó la investigación?

—Lo que me atrae en una novela histórica es siempre algún hecho sobresaliente y por lo general violento, como la guerra o la esclavitud (en Isla bajo el mar). Al investigar la sangrienta guerra civil de Chile comprobé una vez más que si hay un pretexto e impunidad, los hombres son capaces de las peores atrocidades, especialmente cuando actúan en grupo, ya sea ordenadamente como en un regimiento, o como una turba descontrolada. La investigación que más me ha costado fue sobre la esclavitud, me demoré cuatro años y quedé enferma del estómago. La guerra civil en Chile no me sorprendió, porque existía el precedente de cómo han actuado las fuerzas armadas en la guerra contra otros países y contra los indígenas en nuestro país.

"Mi nombre es Emilia del Valle".
"Mi nombre es Emilia del Valle".
Foto: Difusión.

—Uno de los aspectos más potentes de sus novelas históricas es cómo visibiliza a quienes suelen quedar fuera del relato oficial, especialmente a las mujeres en contextos de opresión o resistencia. ¿Qué le interesa de rescatar estas voces silenciadas a través de sus libros?

—La historia oficial la escriben los hombres que triunfan. Las voces de los derrotados, los pobres, las mujeres, los niños y las víctimas son silenciadas para siempre. La historia oficial manipula la verdad y la acomoda a gusto de los vencedores. Se requiere un esfuerzo especial para desenterrar esas voces y como novelista, eso es exactamente lo que me interesa. Para esta novela contaba, por supuesto, con los libros de historia y los documentos militares de Chile, pero eso es solo un aspecto de los hechos ocurridos.

—Encontré algunos ecos de su infancia en la historia de Emilia: en esas páginas se habla del abandono del padre, la importancia de la figura del padrastro y la temprana necesidad de refugiarse en los libros. ¿Cuánto de usted hay en Emilia y cómo manejó esa frontera difusa entre memoria emocional y ficción?

—La verdad es que durante el proceso de escribir esta novela no se me ocurrió para nada que hubiera algún paralelo con mi propia vida, pero la mayor parte de la gente que la ha leído hasta ahora me lo ha señalado. ¡Y claro que hay similitudes! Pero prometo que no fueron intencionales. Un detalle curioso: en ninguno de mis libros hay un padre presente y afectuoso. La figura del padre está representada por algún sustituto, amigo, padrastro, abuelo, tío, etc. No es raro que Emilia no conociera a su padre biológico y tuviera un padrastro estupendo.

—A lo largo de la historia, Emilia se encuentra con mujeres que la introducen en el feminismo, como el folleto de Victoria Woodhull que le regala Owen Whelan y su entrevista con Omene, “la Divina Odalisca”. En su caso, ¿qué mujeres la introdujeron en el feminismo y qué primera lección recuerda como imborrable?

—He sido feminista desde que era una mocosa viviendo en la casa de mi abuelo, pero mi rebeldía y mi enojo no tenía nombre. En aquellos tiempos no se usaba el término y nadie hablaba de emancipación femenina. Cuando descubrí que existía el movimiento de liberación femenina en Europa y los Estados Unidos comprendí que yo no estaba loca —eso fue en mi adolescencia—,pero el primer libro feminista que leí y me cambió la vida fue La Mujer Eunuco de Germaine Greer cuando empecé a trabajar en la revista Paula. Con un humor lapidario, la autora muestra cómo las mujeres somos cómplices del patriarcado y de nuestra propia sumisión. Ese libro descuartiza hasta lo más intocable, como la maternidad.

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Isabel Allende.
Foto: Lori Barra.

—La literatura ayuda a interpretar el mundo y ordenar el universo interno. ¿De qué manera le ha ayudado a comprender sus miedos y a transformar su visión del mundo? ¿Podría compartir algún ejemplo?

—En este momento estoy escribiendo una memoria de los últimos diez años (más o menos) y para refrescar lo ocurrido en ese período cuento con la fabulosa correspondencia intercambiada con mi madre. En mis archivos hay más o menos 24.000 cartas de ella y mías. Nos escribíamos todos los días. Al leer sobre mi pasado, comprendo que la escritura es la única constante, es lo que me ha sostenido y lo que me ha ayudado a sobrevivir a los dolores más tremendos, como la muerte de mi hija. La vida es confusa, fragmentada, impredecible. La escritura ordena y explica. Al transformar lo que me pasa en historias, lo puedo manejar mejor. La escritura me ha definido y le da sentido a mi existencia.

—El escritor Abdulrazak Gurnah, premio Nobel de Literatura, dijo que un libro “no puede parar un tanque de guerra”, pero que “sí puede aclarar las cosas e informarnos para luchar cuando se precise”. ¿Se siente reflejada en esa idea? ¿Cree que su literatura busca, en cierta medida, ofrecer claridad en medio del conflicto y acompañar las luchas de su tiempo?

—La literatura puede cumplir muchas funciones, pero el autor o la autora que escribe ficción debe tener mucho cuidado con dar mensajes. En la política o en una ideología cabe la ficción, —una historia puede ilustrar más que un discurso— pero en la ficción no cabe una ideología, a menos que sea subliminal y determinada por la historia que estamos contando. En el caso de Emilia traté de presentar todos los puntos de vista del conflicto sin pasar juicio. Los lectores son los jueces.

—Con más de 80 millones de libros vendidos y traducidos a 42 idiomas, numerosos premios prestigiosos y una fundación con su nombre, quisiera preguntarle: a los 82 años, ¿qué significa el éxito para usted?

—El éxito me permite escribir lo que quiero y cuando quiero sin obligaciones, no tengo que rendirle cuentas a nadie. El éxito me da libertad y recursos para la fundación; también me recuerda mi responsabilidad con millones de lectoras y lectores. Esa responsabilidad no es solo con la calidad de mi trabajo, sino sobre todo con la forma en que conduzco mi vida. Procuro que haya coherencia entre lo que escribo, mis creencias y mis acciones.

Isabel Allende.
Isabel Allende.
Foto: Alejandro Meter.

—De todos los libros que ha publicado, ¿cuáles le generan mayor orgullo hoy? ¿Qué se mantiene intacto de aquella Isabel Allende que lanzó La casa de los espíritus al mundo?

—No he vuelto a leer mis libros y como he escrito treinta durante más de cuarenta años, apenas los recuerdo. Algunos han tenido un éxito sostenido, como La casa de los espíritus, otros han tocado el corazón de los lectores, como Paula, y otros me gustan porque el tema es fascinante, como varias de mis novelas históricas. Pero si me pregunta qué me genera orgullo, no sabría contestarle, porque en este oficio el orgullo no cuenta para nada, es un obstáculo. La escritura se hace con trabajo, alegría y humildad.

—Mi nombre es Emilia del Valle se podrá conseguir a partir de este martes en librerías uruguayas. ¿Qué le gustaría que experimente el lector para sentir que tantas horas de trabajo cumplieron su objetivo?

—Con cada libro trato de atrapar a mis queridos lectores por el cuello y no soltarlos hasta la última página. Quiero que se entretengan, que sufran y rían, que descubran algo que no sospechaban, que sientan la conexión entre esa historia y sus propias vidas, que permitan a los personajes acompañarlos por un tiempo.

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