Mafalda a la conquista de Estados Unidos, un mercado esquivo que ahora parece estar necesitando su mirada

Conocida en Europa y América, la creación de Quino está desembarcando en el mercado estadounidense con la primera traducción de todos sus albums, a 60 años de su lanzamiento

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Benjamin P. Russell, The New York Times
Cuando Quino falleció en 2020 a los 88 años, dejó tras de sí a una niña que cuestionaba la autoridad, odiaba la sopa y pertenecía al mundo entero.

Mafalda, la protagonista epónima de la querida tira cómica de Joaquín Salvador Lavado, es por donde se la mire una sensación global: estatuas en Argentina y España; varias adaptaciones animadas para televisión (incluida una próxima serie de Netflix); calendarios, tazas y neceseres decorados con su característico moño y cabello alborotado, desde Ciudad de México hasta Milán.

Y sin embargo, Mafalda sigue siendo relativamente desconocida en Estados Unidos, con escasas traducciones al inglés y poca o nula distribución en ese país. Una próxima colección de cinco volúmenes publicada por Elsewhere Editions promete cambiar eso. Para quienes encuentran en la obra de Quino una guía para transitar un clima político polarizado, el primer volumen -que se publicó ayer- no podría llegar en mejor momento.

“Esta historieta es, de verdad, la que el país necesita ahora mismo”, dice Ricardo Siri -o sea Liniers, el autor de Macanudo-quien ahora vive en Vermont. “Mafalda tiene su punto de vista, pero siempre acepta como amigos a personas muy distintas a ella”.

Cuando el público estadounidense conozca más ampliamente a Mafalda, encontrará a una niña que recuerda al icónico personaje Nancy de Ernie Bushmiller, aunque sus peripecias son completamente propias. Mafalda apunta al espacio exterior impulsada por un propulsor a base de soda, y está abierta a todo tipo de experiencias. Aunque no sea probable que logre reconciliar a demócratas y republicanos, su mezcla de inocencia y opinión firme podría enseñarle a los llamados adultos cómo hacer las cosas mejor por las generaciones futuras.

“Mafalda intenta entender qué significa el mundo de los adultos, y cuando se equivoca, la manera en que lo hace ilumina aún más las inconsistencias, incongruencias y ridiculeces”, señala Frank Wynne, quien tradujo loslibros del español al inglés.

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Mafalda en inglés

Publicada por primera vez en 1964 en el semanario argentino Primera Plana -con material originalmente creado para una campaña publicitaria de electrodomésticos que nunca se concretó-, Mafalda combina sátira mordaz con humor lúdico, y múltiples niveles de lectura que apelan tanto a niños como a adultos. La historieta de Quino transmite a menudo el mismo espíritu generoso que otras tiras contadas desde la perspectiva infantil, pero Mafalda es también más abiertamente política que Carlitos o Calvin y Hobbes.

“Es Charlie Brown con socialismo”, afirma Liniers.

Los amigos y coprotagonistas de Mafalda encarnan las corrientes sociales e ideológicas que sacudieron la política global, y en especial a la sociedad argentina, durante las décadas de 1960 y 1970. La tradicionalista Susanita ha asimilado el elitismo aspiracional de sus padres; Manolito ayuda en la tienda de su padre y solo cree en la economía; la tortuga de Mafalda, lenta e inmutable, se llama Burocracia. Una de las grandes virtudes de la historieta está en retratar los intentos de comprensión entre personajes que representan a la derecha y la izquierda, lo liberal y lo conservador, lo pragmático y lo idealista.

Quino dejó de dibujar Mafalda en 1973, un año antes de que muriera Juan Domingo Perón. Dos años después, su esposa y sucesora Isabel Perón fue derrocada por una junta militar que se mantendría en el poder hasta 1983. Quino se exilió en Italia poco después del golpe, aunque su obra posterior, que incluye libros y viñetas para diarios en España y otros países, intensificó aún más su crítica social.

Los años inmediatamente posteriores a Mafalda coincidieron también con una escalada en la campaña de brutalidad morbosa, casi surrealista, de la dictadura contra guerrilleros de izquierda, peronistas, intelectuales, periodistas y otros supuestos enemigos. Años después, Quino dijo a una revista española que, si Mafalda hubiera sido una niña real, habría sido “una de los 30.000 desaparecidos” de la llamada Guerra Sucia.

“Lo que te enseña Mafalda cuando sos chico, si empezás a leer con estos libros, no es a portarte bien sino a hacer preguntas, a dudar del mundo que baja desde arriba”, dice Siri.

Aun así, aunque los comentarios políticos suelen ser frontales (cuando Mafalda se niega a ordenar su cuarto porque está jugando a ser presidenta, su madre le responde que ella entonces es el Fondo Monetario Internacional), el sentido del humor de Quino y la mirada infantil de la protagonista mantienen el tono liviano. Cuando Mafalda le pregunta a su padre por la guerra de Vietnam, interpreta su respuesta evasiva y titubeante como una referencia a “la cuestión de los pajaritos y las abejas”.

“Mafalda es una niña de seis años con el alma de una mujer de 60 que intenta adoptar una visión filosófica del mundo, pero no está exenta de asombro infantil”, dice Wynne.

Esa combinación convirtió a Mafalda en un nombre familiar en toda América Latina y en buena parte de Europa y Asia, a pesar de que la tira duró apenas nueve años. (En comparación, Carlitos se publicó durante cinco décadas).

Sobre por qué Mafalda nunca se popularizó en Estados Unidos, existen posibles explicaciones: el sistema de sindicación de tiras cómicas en los diarios, que lleva historietas a ciudades culturalmente dispares del país y que pudo haber hecho que la sátira de Quino pareciera riesgosa para los editores; el momento histórico (Liniers señala que los años de la Guerra Fría bajo las presidencias de Richard Nixon y Ronald Reagan quizá no eran propicios para una historieta con inclinaciones políticas de izquierda); o quizás simplemente el hecho de que el humor no puede encasillarse fácilmente en una franja etaria determinada.

Quino explicó que dejó de dibujar Mafalda para no volverse repetitivo, aunque luego reconoció que el ascenso de dictaduras de derecha en la región, como la de Augusto Pinochet en la vecina Chile, implicaba que, de haber continuado, “lo habrían fusilado”.

Argentina dejó de ser, incluso en las historietas, un lugar donde personas con visiones distintas del mundo pudieran dialogar.

“Ese tipo de interacción entre distintos sectores sociales ya no existía más”, dice Liniers, y advierte que ha empezado a ver una división similar en Estados Unidos. “Miro eso con mucha preocupación, porque en Argentina no terminó bien. Terminó en dictadura”.

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