Cinco años después del Sodre que nunca fue, Él Mató a un Policía Motorizado está listo para tocar, por fin, en aquella sala que la pandemia le arrebató. El 7 de junio, Santiago Motorizado y compañía llegarán al Auditorio con lo que han dado en llamar “la celebración definitiva”, una suerte de cierre de los festejos por sus 20 años.
Será otra fruta en la cosecha de una pandilla que nació en 2003 en La Plata, anduvo a contramano del rock argentino y fue encontrando, de a poco, su propia cofradía. A veces rabiosos, a veces cultores de un pop elegante, tan épicos como melancólicos, los Él Mató se fueron volviendo cosa seria.
Hoy, convertidos en un faro de lo alternativo regional, y más cerca de ciertas dinámicas de una industria de la que quisieron ser ajenos —son nominados a los Latin Grammy, graban en Sonic Ranch, suenan en series de Netflix—, se animaron a revisitar su primer disco en un ejercicio nostálgico que, de a ratos, hubo que abordar con los dientes apretados.
No salió mal, y ahora, un próximo capítulo del grupo podría revisar la trilogía Navidad de reserva, Un millón de euros y Día de los muertos, pero de un tirón. No hay que distraerse tanto de lo que está por venir.
Antes de volver a Uruguay, Santiago Motorizado charló con El País. Este es un extracto de esa conversación.
—Tu canción “El magnetismo” suena en El Eternauta, y pensaba en la música que hiciste para la remasterización de Okupas y en cómo hay algo de El Mató que se fue convirtiendo en un sinónimo de argentinidad, o al menos de una parte de. ¿Te lo imaginaste alguna vez? ¿En algún momento fue un propósito?
—No, un propósito no, tampoco lo imaginé. Te diría que me cuesta creerlo del todo. Incluso pensaba que algo así nunca iba a pasar, más bien todo lo contrario. Siempre entendí que nuestra búsqueda artística, en un punto, estaba motivada por ir en contra de esa especie de mainstream, establishment, no sé cómo ubicarlo, de lo que era el rock nacional. (...) Y me gustó cómo Él Mató fue logrando cierta masividad a partir de este lenguaje propio. Pero nunca renegué del rock nacional. Un poco reniego de aquella época, de lo que pasaba cuando nosotros arrancamos, que nos parecía muy chato, muy repetitivo; todo sonaba igual, todo nos generaba como un fastidio, ¿no? Pero la herencia del rock nacional es algo que consumimos, y un montón de manifestaciones de la cultura argentina nacieron desde un lugar alternativo. Entonces está bueno buscar ese camino, ese lenguaje propio, seguirlo porque realmente es lo que a vos te gusta hacer. Y ver que eso va penetrando más allá de lo que esperabas, es muy gratificante, porque más allá de que teníamos claro qué camino tomar, nuestra propuesta nunca fue para un público exclusivo. Era para cualquiera. Después de todo son canciones, tampoco es tan deforme lo que hacemos.
—Hoy que lo mainstream está tan atravesado por los trends de TikTok o lo que se vuelve viral en Spotify, ¿dónde sentís que Él Mató juega sus cartas?
—No lo sé. Hoy la relación con los medios, con todo en general, es más fluida. Antes teníamos una regla que era no tocar en televisión porque realmente nos incomodaba, solo nos dábamos esos permisos en programas muy puntuales y dedicados a la música. Y hoy pasa esto de que lo que era radio tiene una cámara y se volvió una especie de televisión de bajo presupuesto, una televisión rara, ¿no? Y con el tiempo también nos fuimos relajando, nos importan menos algunas cosas. Pero igual tu pregunta era otra, y siempre es la música. Eso lo tenemos claro, es lo que nos motiva a hacer esto. Después se trata de convivir con el nuevo formato, pero siempre el objetivo es ese. Lo que mueve a Él Mató es el poder de las canciones. Ahí está la gracia.
—¿Qué significó revisitar su primer disco para grabar la Sesión 20° Aniversario?
—Estuvo bueno, la verdad que fue lindo. Yo un poco estaba dudando cuando pensamos en la celebración. Hoy sí estoy contento con lo que hicimos, estuvo bueno volver a la experiencia de las canciones, a tocarlas, a vivirlas desde la primera persona. Pero también hay días en que me levanto y digo: bueno, paremos un poco con la nostalgia (se ríe). Pero la verdad es que haberlo hecho me encantó. Y lo loco fue que cuando tocábamos esos temas, el público no pasaba de las 50 personas, y de repente entre los cuatro shows que hicimos vinieron como 12.000. Me impactó eso, que las canciones tengan ese poder, no solo de la nostalgia de aquellos que fueron a revisitar viejos recuerdos, sino el poder de haber ido creciendo y generando cosas en nuevas generaciones.
—¿Descubriste algo de la propia banda o de vos mismo en esta especie de viaje en el tiempo? ¿Te diste cuenta de algo que capaz que no habías notado?
—Hay dos sensaciones. Primero, me gustaron mucho las canciones, porque con el tiempo van quedando un poco atrás y te vas desconectando. Al tocarlas de vuelta, hacemos chistes como, che, ¿por qué dejamos de hacer esto que estaba bueno? Y por otro lado sentí que no es tan diferente a lo que hacemos ahora. Puede cambiar la producción, puede cambiar el enfoque estético, pueden cambiar un montón de cosas que rodean a la canción, pero en el fondo hay un patrón que está ahí, que es parecido incluso en ese primer disco, donde varias canciones tienen cierta complejidad armónica más parecida a lo que empezamos a hacer en estos últimos años. Entiendo que si uno pone toda la música junta va a escuchar un cambio, seguro, y también nos motiva el ir cambiando y tratando de buscar otras cosas. Pero yo sentí esa cercanía. Las dos cosas a la vez.

—¿Y hoy cómo ves el futuro?
—Siempre hay algo para hacer que está bueno. Nos copó esto del primer disco así que estamos viendo de hacer algo con el aniversario de la trilogía, quizás de toda la trilogía junta; hay muchas ideas, estamos delirando un poco con unas cosas más cinematográficas. Y en algún momento hay que retomar un disco, porque cuando empezamos a encarar la producción y grabación de Súper Terror, había proyectos para 20 canciones más o menos, y hasta barajamos la idea de hacer un disco largo, doble, en vinilo. Pero en un momento queríamos cerrar el ciclo, y también en el proceso descubrimos que esas 20 canciones formaban dos grupos, unas iban por un lado y otras por el otro, entonces terminamos lo que fue Súper Terror. Y ese otro grupo quedó ahí, a mitad de camino. Habrá que retomarlo...
—Quiero volver a El Eternauta y a una idea que la atraviesa, la del héroe colectivo, porque siento que al final Él Mató, como entidad, se liga mucho a esa noción. ¿El colectivo sigue siendo su motor?
—Totalmente. A mí me encanta lo que pasa cuando estamos juntos, es algo que pasa solo ahí, ¿viste? Eso me genera una cosa especial, en todo sentido. No solo artística o musicalmente, sino que hay un humor que sucede solo cuando me junto con los chicos, cuando ensayamos, cuando nos vamos de gira. Y es verdad que con tantos años de estar juntos una parte de tu cabeza dice: bueno, también quiero relajar, hacer otras cosas, tantos amigos que no vi en estos años, la familia, lo que sea, descansar de Él Mató. Pero nos volvemos a juntar y pasa una magia. Y eso tiene que ver con lo del héroe colectivo, la independencia, el ir un poco a contramano de todo, juntarte con bandas afines, formar el sello Laptra, estar con amigos, en conjunto, soñando cosas, planeando, programando, haciendo canciones, tocando. Y siempre entender que por más de que uno termine escribiendo una letra solo en su pieza, a oscuras, con su guitarra, en una posibilidad muy romántica y solitaria, siempre eso nació de algo colectivo. De la nada no sale nada, y es importante tenerlo claro.
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